Ayer profané tu casa. Tus paredes presenciaron la llegada y la astucia de una diablo-mujer que se adueñó de tu marido cuando no estabas. Tus sábanas aún conservan el fresco aroma de sus cuerpos. En el viento transeúnte de los cuartos aún se escucha el eco mudo de los gemidos que evocaban los dos. Pero tú te haces sorda y no lo percibes. Tu marido “impotente” volcó su mundo con suaves caricias y embestidas de hierro. Él es un mentiroso, un infiel, un descarado que no merece tu perdón.
Él es un tonto que no sabe como tenernos contentas a las dos. Tú, la que no le importas, te impones y logras que él lastime a su familia. Yo, la que sí le importo, me hiervo en la salsa de tus insolentes caprichos. Yo soy su sangre, tú su esposa, tú la primera, y yo…
¡plato de segunda mesa!
Hoy él me exprimió el corazón recordándome que soy su amante. Pisoteó mi orgullo arrogante y te cedió la silla de señora. Es evidente que sí le importas, yo simplemente soy la otra. Él cumple tus deseos para no despertar tus enojos, a sabiendas de que tus deseos me matan, los cumple… yo no le importo.
Enorgullécete de los poderes que ejerces sobre él, guárdalo en el primer cajón de tu mesita de noche, duerme sobre su pecho y estrújame en la cara que eres tú quien lo tiene. Pero no olvides que ayer profané tu casa y que a tus espaldas él jura que ya no te ama.
Yo, la más moral y llena de principios, por amor convertí mis alas de ángel en cuernos de diablo. Yo simplemente fui una tonta al regalarle mi corazón a un hombre que ya tiene dueña.